lunes, 18 de abril de 2011

EL "DESOLADO CANTO" EN LA VIDA DEL POETA LUIS ALBERTO CABRALES .

EL "DESOLADO CANTO" EN LA VIDA DEL POETA LUIS ALBERTO CABRALES .: "
Varios aspectos comunes podrían establecerse entre el nicaragüense Luis Alberto Cabrales (1901-1974) —uno de los fundadores del Movimiento de Vanguardia de su país— y el argentino universal Jorge Luis Borges (1899-1986). Ambos tuvieron una coetánea formación europea, participaron de la novedad y euforia vanguardistas en los años veinte y, tras algunos desengaños, comprendieron la esencia verbal del modernismo, valorándolo en su verdadera dimensión. Pero lo que deseo presentar ahora es la relación entre John Keats (1795-1821), Borges y la experiencia poética el “Desolado canto”, poema antológico de Cabrales.

En su ensayo “Una experiencia poética” [1964], éste aporta una explicación adversa a la aceptada por Jorge Luis Borges sobre el problema que plantea la última estrofa de la “Oda a un ruiseñor” de Keats: “Tú no has nacido para morir, ¡Oh pájaro inmortal! / no has tenido una generación que te pisoteara; / la voz que escucho esta noche precisa / ya fue oída por reyes y pastores hace siglos. / Quizá es el mismo canto que abrió una senda / hasta el desalentado corazón de Ruth, cuando nostálgica / prorrumpió en llanto en el trigal ajeno”.

Según Borges, esta estrofa opone a la fugacidad de la vida humana, por la que entiende la vida del individuo, la permanencia de la vida del pájaro, por la que entiende la vida de la especie. Y concluye: “el individuo es de algún modo la especia y el ruiseñor de Keats es también el ruiseñor de Ruth”. Pero la explicación del poeta nicaragüense es más profunda y procede de una experiencia poética personal: la del poema “Desolado Canto”, muy semejante a la última estrofa de la “Oda a un ruiseñor”.

Dice: Un gallo canta en el fondo de la noche: / lejano canta e íngrimo. / Cantó a Pedro en el Santo Evangelio / y en coros cantó al Cid / en la madrugada del Romancero. / Pasó Pedro, pasó el Cid, / ¡y yo he de pasar también, Dios mío! / Y sólo queda el canto de los gallos, / el desolado canto íngrimo.

Aquí se replantea el confrontación de Keats con el gallo en vez del ruiseñor: es decir, la siguiente fórmula: gallo-inmortal y hombre-mortal. Siempre el poeta oía el canto nocturno de los gallos y pensaba que, una vez muerto, continuarían cantando.

Expresar esta idea en algún poema cuya forma —tal como acostumbraba con todos los suyos— iba modelando lentamente, era lo que aspiraba. Por fin llega a escribirlo de día y lo publica en la revista de Managua El Gráfico, a pesar de que no lo considera logrado. Pasan los años y una noche de 1940, recordando algunos versos de su primer intento, lo relabora tal como aparece en Ópera Parva (1961), y cuyo texto transcribo, quedando satisfecho. Una vez que circula entre poetas y amigos, Carlos Martínez Rivas le revela que tiene mucha similitud con la estrofa del poema de Keats.

Al respecto, Cabrales advierte en el suyo que la fuerza motora que lo produce es el sentimiento de no querer desaparecer; Keats, en cambio, no sólo nunca tuvo miedo a la muerto, sino que la deseaba como todo poeta romántico: “Cuantas veces me he sentido enamorado de la muerte / Cuántos tiernos nombres le he dado en mis rimas / Y hoy más que nunca parece dulce el morir”, escribía, contrastando con el clamor entrañable —ante la idea de fallecer— de Cabrales: “Y yo he de pasar también, Dios mío”.

Otra diferencia entre ambos poemas es la fantasía del inglés y el realismo del hispano que subyace en Cabrales: “En efecto —escribe—, en el libro de Ruth no canta ruiseñor alguno, ni siquiera en página alguna de la Biblia. Tampoco hay lágrimas de Ruth sino agradecimiento y tranquilidad seguridad en la consecución de sus propósitos. Mientras que Pedro —en patéticos momentos de su vida— oyó realmente el canto del gallo, y también son reales de toda realidad los coros de los gallos que oye el Cid en el Romancero: ‘y en coros cantó al Cid / en la madrugada el Romancero’ Versos que tienen también doble resonancia poética, pues en la madrugada cantaron al héroe hispano y el Romancero es la madrugada de nuestra poesía”.

Para Cabrales, el hombre no es de ningún modo la especie. La solución la encuentra, tras reflexionar sobre el “Desolado Canto”, en algo que juzga realidad científica: “el ruiseñor —anota— pertenece a una especie zoológica, lo mismo que el gallo, y la especie es permanente, queda, no desaparece al morir un individuo inserto en ella. Mas el hombre es solamente individuo en cuanto es zoológico, porque el hombre es persona, y en cuanto a persona es inalienablemente único e irremplazable”. Y añade que cada hombre, en particular, es una especie en sí porque, al desaparecer, desaparece su especie real de la tierra. En otras palabras: participa de la cualidad del ser angélico: un ser y una especie en sí mismo. De ahí la angustia de la persona humana ante la muerte que es la separación entre lo que tiene de inmortal y lo que tiene de mortal. Y los poetas —desde los chinos y aztecas, pasando por Jorge Manrique y Ronsard, hasta Keats y el mismo Cabrales— han intuido hondamente esta realidad antológica.

La expresión intuitiva de esta realidad se produce ante la desaparición temporal de lo zoológico y surge en el “hombre carnal” de que habla San Pablo; nunca en el “hombre espiritual” que, por el contrario, se queja de no morir (como en el “Muero porque no muero” de Santa Teresa). Sólo el “carnal”, que es un angustiado y hasta duda de su inmortalidad, llega “a la paradoja de creer, o esperar o desear espiritualidad e inmortalidad en el animal”; creencia, espera o deseo que se limita a los animales cercanos al hombre, a los domésticos (no a los salvajes), como si su continua cercanía o su amistad con el hombre le traspasase de laguna forma esas dos inherentes cualidades humanas.

Por eso Cabrales, quien siempre fue un homo carnalis, experimenta y expresa su “Desolado Canto”, poema en el que se sustenta para desentrañar su explicación de la última estrofa de la “Oda a un ruiseñor” de Keats; explicación que cuestiona la sustentada por Borges y resume en el párrafo siguiente: “Así, pues, Keats y todos los otros poetas han cantado su queja intuyendo esta realidad: el hombre como persona es una especie en sí mismo; es decir: hay tantas especies como personas, así como hay tantas especies como seres angélicos, ya que el hombre es medianero entre el animal y el ángel, lo que le da apariencia de mortalidad definitiva mientras el animal, que sí se repite, adquiere por ese hecho, apariencia de inmortalidad”.

Resta destacar la calidad del texto poético de Cabrales que es, al mismo tiempo, uno de los más perdurables de la poesía hispanoamericana contemporánea. No solamente está fuera del tiempo, que nunca podrá modificarlo, sino que su comunicación tiende a ser captada de inmediato en todo ser humano del presente y del futuro. Podrá, entonces, hacerlo suyo y vivirlo cualquiera, tanto como el poeta Cabrales que —por la gracia de la poesía— pudo comunicar la existencial angustia de su mortalidad."

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