sábado, 5 de febrero de 2011

LA AZAROSA VIDA DE ROSA SARMIENTO MADRE DEL BARDO UNIVERSAL RUBEN DARIO.

LA AZAROSA VIDA DE ROSA SARMIENTO MADRE DEL BARDO UNIVERSAL RUBEN DARIO.: "



El 16 de abril de 1866 fue celebrado en la catedral de León, Nicaragua, el matrimonio religioso de Manuel García Rojas (conocido también por Manuel Darío) y Rosa Sarmiento Alemán. Él tenía 46 años y ella 22. Huérfana, Rosa era protegida de su tía carnal Bernarda Sarmiento de Ramírez, hermana de su padre Ignacio; y Manuel se había instalado en la ciudad con un negocio de telas. Mas la unión, concebida por el clan Darío, no resultó: a los días de casada, Rosa recibiría maltrato físico de Manuel, su primo en tercer grado de consanguinidad.
Viva, guapa y de atractiva voz dotada para el canto
Escasa información se dispone de la vida de esta joven: a los tres años de edad —o a los tres días de nacida, según otros— se trasladó a León desde Chinandega —donde había visto la luz en 1840— al hogar Ramírez Madregil-Sarmiento Mayorga, parientes entre sí. En ese hogar creció y aprendió todos los oficios domésticos, a leer y a escribir por su propia iniciativa, ya que era viva, guapa y poseía una atractiva voz dotada para el canto.
De catorce, quince años, trabajó como dependiente del establecimiento comercial “Maduro y Cía. Ltda.” (cuyo dueño era un súbdito danés), sin dejar sus quehaceres en la casa de la tía Bernarda. Un día conoció a un joven en Masaya: Aurelio Avilés, y ambos quedaron prendados e iniciaron una correspondencia que incluía el enlace matrimonial. Pero la fibra trágica de la que estuvo tejida la existencia de Rosa Sarmiento impidió ese destino. Y doña Bernarda, secundada por su hermana Petronila Rojas de García, madre de Manuel García —el tendero solterón— arregló casarla con éste, proclive a las mujeres y a la bebida.
Como se dijo, Manuel García era 24 años mayor que Rosa, pues había nacido el 8 de julio de 1820 y tenía dos de pretenderla. Así lo revela la diligencia matrimonial ante la autoridad eclesiástica; en ella, Rosa declara haber olvidado el apellido de su madre porque la dejó muy tierna cuando murió. Don Manuel, por su lado, expresó públicamente su decisión de desposarla y, además de enfatizar que le era urgente casarse cuanto antes solicitaba que se le dispensen las proclamas que por su parte habrían de leerse en Chinandega como en esta ciudad [León], pues cualquier dilación le acarrearía mucho perjuicio en su solicitud.
No hubo dilación alguna. La familia lo había preparado todo: aprobada la solicitud de matrimonio, el canónigo de turno en Catedral concluyó la diligencia diciendo: Imponemos en penitencia a los contrayentes cuatro confesiones y comuniones y el Santísimo Rosario por ocho días, y valga siempre que la enunciada Rosa Darío no haya sido robada o que habiéndolo sido no permanezca en manos del raptor. De esta manera se unieron tanto civil como religiosamente en virtud del Concordato entre la República de Nicaragua y la Santa Sede, firmado en 1862.
A los nueve meses y siete días —el 18 de enero de 1867— nacía el primogénito en Metapa, poblado de la zona central del país correspondiente hoy al departamento de Matagalpa. ¿Su nombre? Félix Rubén García Sarmiento. La madre, decidiendo huir de su cónyuge en compañía de su tía Josefa, había tomado el viejo camino carretero de Las Segovias hacia el valle de Olominapa, en donde la mencionada tía era dueña de un pequeño negocio. Mas la gravidez de Rosa, no permitiéndole avanzar, le obligó a dar a luz en la pobrísima vivienda de Cornelio Mendoza, amigo de la familia.
“El Bocón”, tío abuelo de Darío
El 3 de marzo del mismo año, el recién nacido se hallaba con su madre en León. Ese día fue bautizado en la capilla del Sagrario de Catedral y lo apadrinó su tío abuelo —que haría de padre— Félix Ramírez Madregil, “El Bocón”: liberal, unionista centroamericano y partidario del líder democrático Máximo Jerez (1815-1881). Crece dentro del hogar de don Félix —alto, buen jinete, moreno y de barbas muy negras— y de su tía Bernarda, en una casona esquinera de la calle Real de León, cuna de sus antepasados.
Al poco tiempo, su madre lo traslada a San Marcos de Colón, Honduras, pueblo fronterizo con Nicaragua, instalándose allí junto a un estudiante hondureño que había alquilado una pieza en la casa de doña Bernarda: Juan Domingo Soriano. Sin embargo, su tío abuelo —a lomo de mula— marchó a traerlo retornando con él a León. De la unión de Rosa con Soriano nacería una hermanastra de Rubén: Dolores (conocida por) Lola Soriano de Turcios.
Lo demás es muy conocido y trillado e incluso legendario. Y no es necesario reiterarlo. Basta señalar que en todos los sufrimientos maternales de Rosa Sarmiento prevaleció el amor a su hijo. Éste, en su autobiografía, la recuerda en tres momentos: muy niño, en el escenario rural de San Marcos de Colón, Honduras (Una señora delgada, de vivos y brillantes ojos negros… blanca y de tupidos cabellos, alerta, risueña, bella); más grandecito, a los trece años, cuando se le apareció con una vecina, como una rara visión, obsequiándole dulces y regalitos, aparte de prodigarle mil palabras de ternura; y ya formado, a los 26, de regreso del primer viaje a España, cuando lo atendió y cuidó en León, acompañada de su hermanastra Lola, en la crisis alcohólica que se le desató al enterarse de la muerte en El Salvador de Rafaelita Contreras, su primera esposa.
La única carta del poeta a Rosa
Pero no se ha difundido lo suficiente la única carta que el poeta escribió a su madre desde San Salvador el 10 de octubre de 1890. En ese texto agradece a Rosa el haberle felicitado, a través de un telegrama, por su veintitrés cumpleaños; le habla de una empresa (el diario unionista La Unión, que dirigía) y se acuerda de su medio hermana, le adjunta otro texto epistolar y le habla de Víctor Romero, compatriota nicaragüense, dueño de la hacienda La Fortuna —próxima a la ciudad de Sonsonate—, en la que el poeta había permanecido varias semanas redactando la biografía de su finado amigo chileno Pedro Balmaceda Toro. Dice:
Mi querida madre:
Recibí su telegrama, que le agradecí profundamente, pues fue la primera de las felicitaciones que recibí. / Sé que tengo deberes y procuraré cumplirlos. Mi empresa está medio afirmándose. / Ruégole haga llegar esa carta que, como usted comprenderá, me interesa. / Abráceme a Lola en mi nombre. / Romero llegó. Es un excelente muchacho, que ha sido muy buen amigo mío, pero nunca mi protector. Éstos nunca los he tenido. Le recomiendo la carta. Le escribo corto, porque el correo se va / Le saluda con cariño y respeto, su hijo, / Rubén.
Para entonces, habían transcurrido casi quince meses de la resolución del litigio por los bienes de don Manuel Darío, fallecido el 5 de noviembre de 1888, entre el poeta —atosigado de deudas— y la viuda, declarada pobre de solemnidad por la municipalidad de Chinandega el 27 de mayo del mismo año. Resolución dictada por el sentimiento maternal de Rosa, quien —copio el escrito introducido por el abogado José Madriz ante el Juez de Primera Instancia Civil— jamás tuvo la intención de reclamar un centavo en la sucesión de su finado marido, no porque se creyese destituida de derecho, sino porque para ella ERA MÁS SATISFACTORIO QUE LLEVASE TODA LA HERENCIA SU HIJO DON RUBÉN, a quien ha amado y ama tiernamente… (las mayúsculas son del suscrito).
“La puñalada ha sido la muerte de mi madre”
Seis años después, el 3 de mayo de 1895, fallecía la declarante de este ejemplar amor maternal, y Rubén —mientras luchaba por consagrarse como líder del movimiento literario modernista en Buenos Aires— recibió la noticia con el más intenso dolor. No otra cosa lo indica en la carta, datada del 4 de julio del mismo año, a su amigo el médico Prudencio Plaza: He sufrido, mi querido Prudencio, lo que usted no puede imaginarse. ¡Con decirle que la puñalada ha sido la muerte de mi madre! / Y así, triste, solo, y completamente solo, he padecido inmensamente. ¡Tan solo!… Y por fin, esta noche, a la media noche, en una de las más duras noches de mi vida, le escribo a riesgo de darle unas horas de pena.
Tal fue, en síntesis, la relación humana, desgarradoramente humana, entre Rosa y Rubén; una relación que ya han desarrollado los biógrafos por su contenido dramático. Y el caso de ella, particularmente, inspiró una novela corta de la admirable Rosario Aguilar, publicada en 1967, que lleva de título —escuetamente— el nombre y apellido de ella: Rosa Sarmiento. ¡Rosa Sarmiento! ¡Cuánta desdicha albergó en su alma esta mujer! ¡Cuánto amor de madre entregó a su primogénito!
“Sin apoyo familiar, ni ayuda de mano amiga”
Con todo, ella formó parte de la desolación interior que padecía Rubén como un inadaptado genial que gobierna soberana y absolutamente sobre sus versos, pero obedece —esclavizado— a sus instintos. Ésta fue la lúcida explicación de su vida infortunada que dio el poeta en el prefacio a sus Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas (1905):
“La historia de una juventud llena de tristeza y de desilusión, a pesar de las primaverales sonrisas; la lucha por la existencia, desde el comienzo, sin apoyo familiar, ni ayuda de mano amiga; la sagrada y terrible fiebre de la lira; el culto del entusiasmo y la sinceridad, contra las añagazas y traiciones del mundo, del demonio y de la carne; el poder dominante e invencible de los sentidos, en una idiosincrasia calentada a sol de trópico en sangre mezclada de español y chorotega o nagrandano; la simiente del catolicismo contrapuesta a un tempestuoso instinto pagano; complicado con la necesidad psicofisiológica de estimulantes modificadores del pensamiento, peligrosos combustibles, suprimidores de perspectivas afligentes, pero que ponen en riesgo la máquina cerebral y la vibrante túnica de los nervios”.
Comentando esa página confesional, conmovida y conmovedora, el mexicano Jaime Torres Bodet afirma que en ella Darío nada oculta al lector: ni la hiperestesia del mestizo inseguro […], ni la afición del poeta en los paraísos embotellados: estímulos al principio, y tóxicos al final […], ni —subrayo— la angustia del chico que apenas supo quién fue su madre y no tuvo ni tiempo ni motivos reales para apreciar al hombre que le engendró…
Don Manuel: ¡Con su pan se lo coma!
Significativamente, su padre aparece en la primera carta conocida del poeta. Fechada en Chinandega el 3 de julio de 1882, y dirigida a uno de sus mejores amigos, Francisco Castro, días antes de su primer viaje a El Salvador: Pídele a don Manuel Darío, en mi nombre, por supuesto, una docena de escarpines y camisolas y… ¡lo que le puedas arrancar! Si se niega, con su pan se lo coma. ¡Con su pan se lo coma! He ahí, tempranamente expresado, el distante sentimiento que tuvo Rubén hacia su “tío Manuel”, como lo llama en sus páginas autobiográficas. Allí también se localiza el siguiente testimonio que lo marcaría para siempre:
“…don Manuel Darío figuraba como un tío. Y mi verdadero padre, para mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora, con mi tío Manuel. La voz de la sangre… ¡que plácida patraña romántica! La paternidad única —llegó a esta convicción— es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ése es su padre. LIC: JORGE EDUARDO ARELLANO."

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