viernes, 18 de febrero de 2011

LEONCIO SAENZ EL MURALISTA INDÍGENA INSIGNE DE NICARAGUA.

LEONCIO SAENZ EL MURALISTA INDÍGENA INSIGNE DE NICARAGUA.: "
Cuando Rubén Darío recordaba el futuro de las Artes visuales de América, vislumbró en el pasado pre-hispánico a Leoncio Sáenz (1935) y quiso dibujar con palabras el mundo de este artista y la forma cómo operaba el artista para trasmutar ese mundo a otros mundos. Leamos a Darío y reconozcamos a Leoncio Sáenz: “Suene armoniosa mi piquete de poeta / Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina,/ templo o estatua rota!/. Y el misterioso jeroglífico adivina /la Musa. / Es la mañana mágica del encendido trópico, / como una gran serpiente camina el río hidrópico en cuyas aguas glaucas las hojas secas van / El lienzo cristalino sopló-sutil arruga, / el combo carapacho que arrastra la tortuga, o la encrestada cola de hierro del caimán. / Pasa el bribón y oscuro zanata-claniero, / vuelan al menor ruido los quetzales esquivos, / sobre la aristoloquia revuelta del colibrí, / y junto a la parásita lujosa está la iguana”.
Y en efecto, Leoncio Sáenz ha creado un mundo plástico americano moderno y primitivo a punta de dibujo. Ha atrapado el mundo y la vida por los bordes, por los contornos. El mundo del contorno: el dibujo, y lo ha hecho como poeta y arqueólogo, es decir, inventando y exaltando sus raíces y explorando la tierra.
Con él asistismo al renacimiento del dibujo moderno centroamericano. Su mundo limita por sus cuatro costados con las posibilidades que ofrece el dibujo. Límite y alternativa. Un mundo abarcador y abarcado, fijado en línea y por sus dos lados: negro y blanco abstracto y figurativo, telúrico y solar. De aquí que Leoncio Sáenz se sumerja en tierra y haga cortes transversales que, transcritos en papel, aparenten ser pequeños cuadros abstractos: pero bien mirados, podremos reconocer en ellos las diversas capas geológicas, sedimentaciones de cerámica, ríos feroces de huesos, fosas comunes, magma ardiente, detalladas, escombros, etc. ¿Paisajes subterráneos? Tal vez.
De aquí también que Leoncio Sáenz emerja y nos deje en testimonio -porque el dibujo aquí se propone como testimonio- el mundo cotidiano: niños, casas, escenas familiares y de torturas, las cárceles desde distintos ángulos, las fiestas y los personajes folklóricos y religiosos, el agro y los animales, que tienen para él implicaciones simbólicas, alegóricas muy simples, acaso son las señales que el propio artista nos va dejando para facilitarnos la comunicación o para que no nos perdamos en su lectura: los pájaros y el sol (la libertad), las mariposas (vida en movimiento, metamorfosis, alma de los héroes según la mitología mesoamericana), la serpiente y el jaguar (divinidades), la iguana o el caimán (la tierra) y las calaveras y el osario (la muerte). ¿Paisaje urbano y humano? Sin duda. Cronista, por lo tanto y por otros rasgos que señalaremos inmediatamente.
No es vano, Leoncio Sáenz es la mejor pluma, plumilla nicaragüense con tinta China y no por el poeta que es como creador de mundos, sino por dibujante metido a narrador, porque narrador se convierte en el pintor y dibujante. El dibujo y la pintura a veces, en diversos momentos históricos han sido narrativos. Y esa capacidad suya narrativa, le ha permitido realizar las dos únicas crónicas o murales de verdadera importancia que existen en la Nicaragua, de autor nacional, de antes y después de la Revolución. Otros murales de Leoncio Sáenz, Gran Hotel y supermercado La Colonia en la vieja Managua, fueron destruidos por el terremoto del 23 de diciembre de 1972. Los dos murales a los que me he referido se localizan en el supermercado de la Plaza España, en la misma Managua y describen, narran profusa y progresivamente el mercado popular nicaragüense y el tiangue indígena, antes de la conquista: hombres y mujeres en el comercio de frutas, comales, tortillas y animales. No obstante la similitud temática con los murales de la banda izquierda del Palacio Presidencial de México, pintados por Diego Rivera, estos murales no tienen relación ni influencia de la escuela mexicana ni con Rivera ya que fueron tratados a pincel y a cincel -bajos relieves, y si con algún artista se les quiere buscar parentesco sería en todo caso con el guatemalteco Carlos Mérida, por su figuración geométrica y por la integración de la arquitectura con la escultura-mural. Sospecho que Leoncio Sáenz puede llegar a ser el muralista o el cronista, el tlahcuilo de la Revolución Popular Sandinista.
Y no sólo el muralista sino que también el escultor. La escultura de Leoncio Sáenz también ha sido infortunada, lamentablemente algunas de sus mejores piezas monumentales se destruyeron en el terremoto del 72. Como su dibujo y pintura, su escultura es de raíz indígena: monumental, monolítica, pétrea y simple, paralelepípedos con sus dibujos incisos, que evocan y reafirman las estelas prehispánicas. El único monumento digno y bello que se ha levantado en estos años de Revolución lo hizo Leoncio Sáenz. Y es el monumento a los Mártires de Batahola, que se ubica en las cercanías del Centro de Convenciones Olof Palme, en el centro de la Managua asolada. Me felicitó de haber sido el autor intelectual de ese monumento. Su maqueta concursó en un certamen en los primeros años 80 y la descartaron, pero yo la rescaté y me quedé con ella y enamorado de ella. Una mañana de 1985, el Ministro Valenzuela y Mario Flores Fonseca llegaron al Ministerio de Cultura en busca de una idea, de alguna maqueta, que enmendara al horrible Kin-Kong de hierro, que se había inaugurado en julio de 1985. Horrenda escultura alegórica que desdice de las exigencias y demandas revolucionarias en materia de arte. Pues bien, yo saqué mi despreciada maqueta de Leoncio Sáenz y por fortuna Mario Flores, Ernesto Cardenal, Valenzuela y la Comandante Téllez la acogieron asimismo y la plantearon en 10 metros de altura. Sáenz hizo un diseño más apropiado para aquella estela. Y así tenemos el mejor y único monumento de la Revolución. Obra de Leoncio Sáenz. Un día habrá que profundizar en el Leoncio Sáenz cronista porque ha sido un magnífico ilustrador de revistas, libros y periódicos.
He escrito por ahí la palabra tlahcuilo, pintor de códices. Sí, Leoncio Sáenz me lo recuerda continuamente y no sólo por su carácter narrativo, sino por los colores. En los códices, el negro, el rojo y el ocre, fueron aplicados en forma plana y la mayor parte de la producción de Leoncio Sáenz es plana: figuración, dibujo, colorido y superficie, aún en sus óleos, que no son más que dibujos coloreados, sobre madera con una textura básica de arena y vinilica.
Tanto el dibujo como su pintura carecen deliberadamente de volumen. Y de los códices aztecas o mayas, Leoncio Sáenz, me hace saltar para admirar en él la convivencia armónica de tiempos y culturas diversas al Arte Bizantino, especialmente cuando su línea negra y marcada define, como en los mozaicos, las vestiduras y la anatomía de sus personajes y escenarios. El negro plano es recurrente y predilecto en Leoncio Sáenz, y esto determina su monocromía, pero las variaciones de punto y línea, casi como una excelente y trascendente caligrafía, le sacan a este valor: el negro, múltiples partidas, matices tales, que llega hasta a convertirlo en color y manejarlo como color. Las superficies lisas y pulidas y los colores planos son reiterados y afirmados, cuando frota el óleo con tela o algodón.
Entre el dibujo a plumilla y el color y óleo plano y frotado, Leoncio Sáenz suele superponer objetos metálicos, chatarra menor que se encuentra tirada por las calles y en los talleres de mecánica automotriz y sobre ellos suelta el spray o pringa la tinta -un poco de azar controlado-, para conseguir dos efectos, que son concesiones al dibujo: volúmenes vacíos y fondos volátiles, puntillos aéreos, finos. Técnica mixta sabiamente gobernada, de aquí que su producción acuse una factura, uno de los acabados más nítidos, límpidos que se pueden encontrar en las artes plásticas nicaragüenses. Una obra llena de asepsia. Estas virtudes y su identidad confirmada, hacen que la producción de Leoncio Sáenz sea rica, pero invariable y por supuesto, siempre reconocible, identificable al primer vistazo.
A pesar de que Leoncio Sáenz nació en el Valle de Palsila, un remoto pueblito mestizo, tierras y montañas adentro de Matagalpa, Nicaragua, quiso bajar a Managua en 1954, cuando aún la capital no se aliviaba de su terrible mes de abril, en procura de escuela o taller de artista que lo adiestrara. Venía de una tutoría episcopal de Matagalpa. Aquí encontró la Escuela Nacional de Bellas Artes y a sus instructores, Rodrigo Peñalba (1908-1979), y Fernando Saravia (1922). Peñalba lo hizo pintor y Saravia, escultor --su escultura también es indígena--. Ambos maestros lo fueron de libertad en el academicismo formativo, prueba de ello es que de su magisterio salieron las más recias personalidades del arte nacional y que la mayoría de sus discípulos terminaron apostatando de ellos y a su vez respetándolos.
Asimismo Leoncio Sáenz ha fundado y participado de las dos épocas del grupo y Galería Praxis; ha dirigido la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional Autónoma en León y expuesto en las galerías y museos del continente.
Pertenece, pues, al núcleo de nuestros artistas plásticos representativos, por su calidad, que la configura su fuerte individualidad creadora y su natural identidad americana: Omar D’León, Armando Morales, Orlando Sobalvarro, Róger Pérez de la Rocha, Leonel Vanegas y Alejandro Arostegui. La crítica de arte ya hasta lo ha encarcelado en una celda muy elástica; según ella, Leoncio Sáenz como dibujante simbólico, alegórico y testimonial está inserto en la Neofiguración contemporánea, que por su geometrismo en trazos y líneas evoca el Constructivismo y que por su agresividad y placidez y por la integración de distintas técnicas y elementos comunicantes tiene un acentón Expresionista. Tal vez sea verdad, quizá: lo único que yo sé de Leoncio Sáenz es que es de la tribu y de la tribu del guatemalteco Carlos Mérida, del mexicano Rufino Tamayo, del andino Oswaldo Guayasamin, y del peruano Fernando de Szyszlo: inventores, creadores y recreadores de un mito y de una realidad que se llama América. RECOPILACION LIC: RENE DAVILA"

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