jueves, 24 de marzo de 2011

ERNESTO MEJIA SANCHEZ EL MAESTRO PARADIGMATICO.

ERNESTO MEJIA SANCHEZ EL MAESTRO PARADIGMATICO.: "


LA POESIA.
1
Este desasosiego, esta palabra que desde el corazón
me llega y se detiene en mis labios, no es nuevo en mí,
sino que permanece, vive desde cuando mis padres
en amorosa lucha concretaron la carne de la muerte
para darme al mundo; y me crece como un mar en el pecho,
siempre cambiente, furioso y sin consuelo.

Ha de llegar un día en que tanto afán madure
y se desangre, y esa ignorada palabra detenida
en mis labios rompa el aire como un canto y
me haga feliz y duradero el nombre.

4
Si la azucena es vil en su pureza
y oculta la virtud del asesino,
si el veneno sutil es el camino
para lograr exacta la belleza;

Engaño pues mi amor con la nobleza
y confundo lo ruin con lo divino,
hago de la cordura desatino,
de la sola mentira mi certeza.

Nadie sale triunfante en la batalla,
ni angélica promesa en que me escudo
ni humana condición que me amuralla.

Contra toda verdad he de quererte,
equilibrio infernal. Nací desnudo:
sólo contigo venceré a la muerte.

En el número 34 (octubre, 2009) de la revista Lengua, Julio Valle-Castillo rinde un compacto y completo homenaje a su maestro paradigmático: “Ernesto Mejía Sánchez, crítico de Rubén Darío”, fallecido hace 25 años. “Reinaremos en el olvido”, aseguraba Mejía Sánchez; pero sus más próximos discípulos nunca creímos que, en su caso personal, ese reino adviniese tan pronto. Ni su poesía ni su prosa se han difundido como merecen ni han recibido estudios ni reconocimientos críticos. Ni siquiera su producción dariísta, ya compilada por Valle-Castillo, ha visto luz.

De ahí que evoque su amistad y vida, creación y erudición: los cuatro aspectos del ser humano que fue Ernesto Mejía Sánchez (Masaya, Nicaragua, 6 de julio, 1923-Mérida, Yucatán, 29 de octubre, 1985): uno de los mayores poetas mallarmeanos (en la línea de Stephane Mallarmé) de Hispanoamérica y quizá el hombre de letras más completo de Nicaragua. El único, al menos, que en la segunda mitad del siglo XX alcanzó un nivel transoceánico como crítico e investigador literario. Sin lograr obras de síntesis como Pedro Henríquez Ureña, dejó una extensa y dispersa producción erudita que abarca más de cien títulos, entre libros, folletos, sobretiros, antologías y ediciones de y sobre epígonos de la poesía, la narrativa y el pensamiento en lengua española.

Sin ánimo de llenar varios párrafos de nombres, enumero los autores a quienes entregó sus principales afanes y desvelos: Bartolomé de las Casas, Gaspar Pérez de Villagrá, el Príncipe de Esquilache (Francisco de Borja), Juan Francisco de Páramo y Cepeda, Marcelino Menéndez Pelayo, Miguel de Unamuno y Azorín, por citar siete españoles. Luego, a los hispanoamericanos —comenzando por los mexicanos— Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante, Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Luis G. Urbina, Julio Torri y Alfonso de Reyes, cuyas Obras completas tuvo a su cargo desde el volumen XIII; a los sudamericanos Andrés Bello, Juan Montalvo, Domingo Faustino Sarmiento, Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos; y a los centroamericanos Rubén Darío y Salomón de la Selva. Finalmente, a los antillanos José Martí, Eugenio María Hostos, Pedro Henríquez Ureña y José Luis González.

De todas estas veinticinco figuras capitales, a quienes dedicó acuciosas indagaciones, Darío, Reyes y Martí, despertaron su mayor interés. Mejía Sánchez fue el más sabio dariísta de su tiempo, como dan fe las ediciones que preparó de los Cuentos completos en 1950 y de las Poesías en 1952 y 1977 de Darío, los fundamentales estudios recogidos en Cuestiones rubendarianas (1970) y varias investigaciones: desde la primera y desconocida “Darío, Maeztu y la Hispanidad”, (Anhelos, núm. IX, marzo, 1941), pasando por “Darío y Acuña” (La Prensa, Managua, 18 de agosto, 1949), hasta las reveladores puntualizaciones de Hércules y Onfalia (México, 1964) y Las revelaciones literarias (Revista Iberoamericana, núm. 62, 1966).

Por su lado, sobre Reyes escribió centenares de páginas, entre otras las de sus trabajos La vida en la obra de Alfonso Reyes (1961 y 1966), “Rubén Darío y los Reyes” (Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano, núm. 47, abril, 1963), “El orden en los papeles”, (Nuestra década, 1964), Más sobre Unamuno y Reyes (1964), Rubén Darío y Alfonso Reyes (1966), “Menéndez Pidal y Alfonso Reyes” (Anuario de Letras, UNAM, 1968-1969) y Los amigos de Alfonso Reyes (1971). En cuanto a Martí, Mejía Sánchez ha referido su devoción al mismo en el prólogo a una compilación crítica de las correspondencias norteamericanas del apóstol cubano que editó dos veces: José Martí en el Partido Liberal, (1886-1892). Tal devoción la concretó, por ejemplo, en un cursillo de 1957, en la dirección de una tesis en 1958, en unas páginas de su “Biblioteca Americana” (1959), en dos seminarios —uno de 1960 y otro de 1972— y en su asistencia al Coloquio Internacional de Burdeos el último año referido. La tradujo, además, en tres ensayos: “José Martí” (Cuadernos Universitarios, León, núm. 17, 1961), “Los últimos días de José Martí (Humanitas, Monterrey, núm. 4, 1963) y “Martí y Darío ven el baile español” (Filosofía y Letras, UNAM, núm. 3, 1977).

Pero también autores de otras lenguas y literaturas, como la francesa y la inglesa, tuvieron en Mejía Sánchez un apasionado, fehaciente erudito. Dos de ellos, al respecto, fueron Juan Jacobo Rousseau y George Santayana. Sobre el primero sistematizó una interpretación teórica: “El pensamiento literario de Rousseau” (incluida en la obra colectiva Presencia de Rousseau en México¸ México, UNAM, 1962); y sobre el segundo una valoración interesante. Octavio Paz elogió el ensayo sobre el enciclopedista francés en su Corriente alterna (México, Siglo veintiuno, 1967, pp. 64-66): “Mejía Sánchez analiza con gran erudición e inteligencia un texto muy poco conocido del primero (Rousseau) y en el cual no es ilegítimo ver una suerte de prefiguración de la concepción surrealista del lenguaje. Se trata del Essai sur l’origine des langues. Confieso que yo no lo conocía e ignoro si (Andrés) Breton lo leyó alguna vez. Me inclino por la negativa (…) Breton creía que el lenguaje funda a la sociedad y no a la inversa; Mejía Sánchez señala que para Rousseau “hay un pacto lingüístico anterior al pacto social…”

Sin embargo, no bastan estas líneas para dar una idea bastante aproximada de la erudición y del repertorio bibliográfico de Mejía Sánchez. Habría que deslindar en él ocho etapas vitales para comprender su vocación y carrera literarias. La de su Infancia y adolescencia (1923-1940, hasta los 17 años); Los años formativos (1941-1951, hasta los 28), primero en Nicaragua como poeta y luego académicamente en México (de enero, 1944, a julio, 1951) hasta graduarse; La experiencia europea (1951-1953) sobre todo española, durante la cual realizó pesquisas documentales que posteriormente aprovecharía; Intermezzo nicaragüense (1954-1955) e imposibilidad de adaptarse al medio; Realizaciones y primera madurez (1966-1972): en USA (Tulane, Nebraska, Nueva York) y México (de los 43 a los 49); años también de realizaciones y madurez creadora que culminaron con la publicación en Madrid de Cuestiones rubendarianas (1970), el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (1971) y la edición de su casi toda su producción poemática en Recolección a mediodía (1972); Años de crisis familiar y radical agnosticismo (1973-1978, de los 50 a los 58); y La intensificación declinante de su crisis (1979-1985, de los 59 a los 62), por la emergencia de una enfermedad mortal: fibrosis intersticial difusa (Pasman Rich) en 1979.

Como se ve, hubo ocho Mejía Sánchez bien definidos de los cuales tuve la fortuna de conocer a los tres últimos, aunque el pre-mortem me haya deparado alguna decepción perdonable. Lo cierto es que los Mejía Sánchez mejor asimilados intelectualmente por mí, fueron el quinto y el sexto, o sea el de las etapas culminantes de su carrera. Son los Mejía Sánchez que guardo con gratitud, pues el hombre desde que me lo presentó Enrique Fernández Morales en su casa-museo (Granada, 26 de diciembre de 1965), se preocupó por mi destino literario y me heredó algunos de sus papeles y folletos nacionales, enseñándome a honrar los valores culturales y a practicar una generosidad bibliográfica oportuna, entre otros bienes perdurables.

Esta vez quiero dejar constancia de su amistad, transcribiendo tres de las doce dedicatorias que me obsequió y aún conservo con sus títulos respectivos: “A Jorge Eduardo Arellano —decía la primera—, en memoria de nuestras arduas sesiones bibliográficas. Afectuosamente, Ernesto Mejía Sánchez. Granada, feb. 1966”, estampada en un ejemplar de La poesía contemporánea en Centro América, ponencia leída en las Primeras Jornadas de Lengua y Literaria Hispanoamericanas, celebradas en Salamanca, 1953. La segunda fue trazada en el primer ejemplar de Estelas / homenajes, y en ella reconoce al gran amigo “que me permitió recoger estos fragmentos, —con la gratitud de su afectísimo, Ernesto Mejía Sánchez—, ya casi 16 de enero de 1971”. Y la tercera figura en su folleto Literatura y sociedad puertorriqueñas (1977) y dice “A Jorge Eduardo, gran amigo, colaborador y sucesor de todo lo bueno que quise hacer”.

La etapa de su infancia y adolescencia quedó trasfundida en sus textos autobiográficos (poemas y prosemas), que no son pocos. La formativa de Nicaragua puede rastrearse en El Sembrador y en Anhelos, publicaciones periódicas católicas de Masaya (la segunda, dirigida por él, constó de nueve números: de julio, 1940 a abril, 1941), como también en el primero Cuaderno del Taller San Lucas (octubre, 1942).

La etapa de México, entre 1944 y 1951, entrañó su formación académica y americana. Guiado por el polígrafo Rafael Heliodoro Valle, hombre cordial y práctico, Mejía Sánchez tuvo de maestros insustituibles al español Agustín Millares Carlos —notable bibliógrafo—, a ese coloso del saber literario y universal que fue Alfonso Reyes y al agudo crítico argentino Raimundo Lida. En dicha etapa no sólo escribió la tesis de maestría Los primeros cuentos de Rubén Darío (1951), sino también sus primeros títulos en verso: Ensalmos y conjuros (1947), La carne contigua (1948), El retorno (1950) y La impureza (1951). De este año a 1953 data su estadía en Europa: Francia, Italia, España. Allí, bajo la orientación de Antonio Rodríguez Moñino, completó su erudición en letras españolas, hizo activa vida literaria desde la Residencia del Mayor Guadalupe en Madrid y su poesía encontró afinidad espiritual e iluminada fecundación en la del catalán Carlos Riba.

En fin, de 31 años regresó a Nicaragua para administrar una empresa cuasi-familiar: la Imprenta Granada; pero, aunque el 26 de junio de 1955 ingresaría en la Academia Nicaragüense de la Lengua, no pudo desplegar libremente sus talentos (las condiciones objetivas se lo impidieron) y tuvo que marcharse a México, país donde se arraigó para siempre y fue algo- más que su segunda patria. LIC:RENE DAVILA.



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