En el 140 aniversario del nacimiento de Santiago Argüello conviene recordar que protagonizó varios destinos: poeta del primer modernismo de hojarascas verbales y registros visionarios, fulgores y pedrerías; pensador vitalista y filósofo neoplatónico; autor de teatro exitoso por su realismo denunciante de hipocresías sociales y narrador de inspiración naturalista; político y patriota, fundador de logias teosóficas..., entre otros. Mas el que definió su talento, el que encarnó con mayor proyección, fue el de Maestro.
Esta tendencia idealista, predominante a lo largo de su carrera pública, estuvo caracterizada por un optimismo permanente y unos vastos conocimientos que le permitieron el logro de una síntesis cultural propia. Esta la fijaba en una prosa orquestal, desbordante e intuitiva, capaz de conmover, procedente de su formación primigenia. Pues el tono oratorio de este leonés del vecindario de la Recolección, nacido el 6 de noviembre de 1871, tiene su arraigo en los discursos cívicos y exaltaciones municipales de su León natal. Tono que perseguía un fin inmediato: educar. Y este fue el objetivo que animó casi toda su vida y obra.
Con respecto a la primera, anotemos que al graduarse de abogado no decidió ejercer su profesión sino entregarse a la docencia secundaria y universitaria; en este sentido, llegó a dirigir los institutos nacionales de Masaya y León. Con respecto a la segunda, sus más famosas obras fueron Mensaje de la juventud (1928), ampliada en su segunda edición del mismo año aparecida en México, reeditada en Guatemala siete años más tarde; y La juventud que yo busco (1940), la última —de título significativo— que produjo.
Mas el fin educativo que le animaba no podía prescindir de otras fuertes influencias que le marcaron las circunstancias históricas como la francesa y la gloriosa ejemplaridad de Rubén Darío. Por tanto, éste se haya presente en su Primeras ráfagas (1897), que recuerda las Primeras notas (1885) darianas, y en Siluetas literarias (1898) y Viaje al país de la decadencia (1904), ambos libros calcados en Los Raros (1896) de Darío, como también en la conferencia La revolución francesa (1933). Veamos, para ilustrar esta vital afinidad gala, el contenido de sus Siluetas literarias, librito en el que diserta sobre 20 autores franceses, todos del siglo XIX, comenzando por Honorato de Balzac. Temprana apropiación intelectual de su autor, de apenas 24 años, repercutió en Francia, según el comentario de un crítico publicado en L’Humanité Nouvelle.
Tampoco le era imposible a Santiago Argüello eludir la herencia del romanticismo liberal y de la tradición universitaria de León —jurídica y científica— reflejada en su expulsión del país en 1910 y en folletos como La traición (1934), en su tesis El delincuente según la escuela antropológica (1894), y en su ensayo de novela ¡Pobre la Chón! que Darío insertó en la revista Mundial (1912).
El ejercicio filosófico remontado a la colonia, la curiosidad enciclopédica y el afán universalista —otras tres herencias de la cultura forjada en León— las condensó Argüello en obras como El divino Platón (1934), La magia de Leonardo D’ Vinci (1935), el poema arielista “La América sajona ante la América española” (1922) y Letras apostólicas (1928). En este volumen traza las fisonomías espirituales de esos hombres constructores y enérgicos que fueron el ecuatoriano Juan Montalvo, el cubano José Martí y el uruguayo José Enrique Rodó; maestros por antonomasia. No pedagogos que, calcados en gafas y desde lo alto de una tarima, pontifican teorías y calcan erudiciones; sino faros de hombres, guías de juventudes y despertadores de conciencias, como él, tanto en su patria como fuera de ella.
Detallemos que sus 31 títulos impresos, entre ediciones y reediciones de libros y folletos, vieron luz en León y Managua, Tegucigalpa y Guatemala, San José de Costa Rica y Panamá, Nueva York y La Habana, Barcelona, Madrid y París. Ellos contienen su verso y prosa ampulosa que depuró en la madurez, aparte de sus conferencias orientadoras y beligerantes artículos políticos.
Por eso se le dio la categoría de hombre de América en Cuba, país donde realizaría una labor notable al fundar una Academia de Superación y disertar en las cárceles de La Habana, cuya Universidad le erigió un busto. Una categoría que tuvo el reconocimiento de instituciones como el Middlebury College de Vermont, EE.UU., la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, el Círculo de Bellas Letras, el Instituto Nacional de México (en cuyo Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria pronunció una conferencia) y de la Escuela Central de Varones de Guatemala, capital en laque el Presidente Jorge Ubico ordenó la edición de sus Obras completas.
Tal categoría la justifica aún, en parte, la fusión orgánica que se daba entre su poesía y su pensamiento, similar a la de su coetáneo Roberto Brenes Mesén (1874-1947), costarricense que comentó su poemario Ojo y alma (1908), prologado por Vargas Vila; pero, en el caso de Argüello, esta fusión se vio enriquecida por el deseo de desentrañar la identidad del ser americano. Según ensayos orgánicos y una obra que dejó inédita: Alma continental, postulaba una identidad a lo que él consideraba “el único baluarte que pueden oponer los pueblos y los hombres para la custodia de sus libertades: el carácter”. Y este carácter, aplicado a una colectividad, equivalía a cultura. “Para mí —sostenía— la cultura no es posesiva: es expansiva. No es suma de adquisiciones, sino pináculo de superaciones. No es tener, sino ser”.
Por eso predicaba la expansión y la superación de los jóvenes. Que hiciesen patria a través de la cultura y de su incrustación en el deber, desterrando la propensión al formulismo y al estado convulsivo o revoltoso, prescindiendo del ansia por el medro, la figuración y el mando. Que tendiesen al Orden porque “la verdadera libertad no es aquella que, saliendo de la tiranía de uno, va a echarse en harapos de la más espantosa tiranía de todos. La verdadera libertad es precisamente Ia que ha aprendido a sujetarse y a comprender que no hay más despotismo que el desorden”.
Porque forjar caracteres constituía, para Argüello, el fin de la escuela educativa, no de la instructiva. Por eso debió influir en el cambio de concepción y nombre del Ministerio de Instrucción Pública por el de Educación Pública en 1940, cuando se le otorgó esa cartera que no ejerció sino unas semanas por su fallecimiento el 4 de julio del mismo año.
OBRAS LITERARIAS;
Al margen de los títulos citados en parágrafos anteriores, en la copiosa obra impresa de Santiago Argüello destacan otras obras como la selección antológica de sus versos, publicada bajo el epígrafe genérico de Poesías escogidas y poesías nuevas (1935). Además, el escritor de León fue autor de varios ensayos de extraordinario interés, como los titulados Mi mensaje a la juventud (San José de Costa Rica: Imprenta Trejos, 1929); El divino Platón (Guatemala: Tipografía Nacional, 1934); Modernismo y modernistas (1934); El libro de los apólogos y otras cosas espirituales (1934); y La magia de Leonardo da Vinci (Guatemala: Tipografía Nacional, 1935).
LIC.RENE DAVILA /291011
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